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(IVÁN): ORARANDO SIEMPRE AL SEÑOR
Fra : IVAN VALAREZO


Dato : 20-03-07 15:21


Sábado, 17 de marzo, año 2007 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)



ORARANDO SIEMPRE AL SEÑOR

Nuestro Dios siempre se ha comunicado con el hombre, a través
de la oración. Y sin la oración, Dios no le puede hablar al
hombre de toda su creación. Vemos en el paraíso, por ejemplo,
como Adán trata de seguir comunicándose con su Creador, por
medio de su propia santidad y por su propia verdad, también.
Porque la verdad fue entonces, de que Adán si era santo y
verdadero en su vida del paraíso; es más, Adán no conocía el
pecado aun en su corazón ni en sus labios.

Pero, sin embargo, Adán no era lo suficientemente santo y
verdadero, para poseer la verdad y la justicia divina de la
vida santa del reino de los cielos por si mismo, para seguir
comunicándose con su Dios. Entonces Dios requiere de Adán de
que coma y beba del fruto de la vida eterna, para que en su
corazón exista estos elementos fundamentales en su vida
celestial, para que entonces él pueda con los suyos seguir
viviendo y comunicándose con su Dios, en el paraíso y en toda
la creación, también.

Pero Adán no entendía lo que Dios le estaba hablando a su
vida, porque no corre de inmediato a comer del Árbol de la
vida, el Señor Jesucristo, sino que decide esperar. Aquí es
cuando Lucifer encontró la puerta abierta en la vida de Adán,
sin aún la comida de la vida eterna: la verdad y la justicia
del Señor Jesucristo, en su corazón y en toda su vida,
también, para que viva con su Dios eternamente y para
siempre, en el reino de los cielos.

Y esto era algo, que Lucifer muy bien sabia, pero no lo
quería para Adán ni para ningún de sus descendientes, en el
paraíso o en toda la tierra. Y la única manera que él podía
ponerle fin a éste bien en la vida del hombre, era entonces
solamente con su espíritu de mentira en sus corazones y en
sus labios, también. Y fue aquí, que Lucifer usa a la
serpiente para engañar a Eva y luego a Adán y a cada uno de
sus descendientes, en toda la creación de Dios.

Pues entonces Lucifer no espero más, para entrar en la vida
de Adán y del paraíso, por medio de sus mentiras en los
labios de la serpiente y de su esposa, Eva, por ejemplo. Y
fue así, que la verdad y la justicia infinita de la vida del
cielo se aleja de Adán y de sus descendientes, en toda la
creación de Dios, para mal eterno de muchos. Porque Adán, en
obediencia a la palabra de mentira de Lucifer, entonces come
del fruto prohibido para mal de su vida y de los suyos, en
toda la creación de Dios y hasta nuestros días, también.

Es por eso, que el hombre ya no podía permanecer en el
paraíso, por su falta de la verdad y de la justicia divina
del cielo, para orar por siempre a su Dios y Creador de su
vida y de la vida de sus descendientes, también, en toda la
creación del cielo y de la tierra. Pero el hombre no salio
del paraíso sin la esperanza en su corazón, de que algún día
no muy lejano, entonces la verdad y la justicia divina del
Árbol de la vida serian partes integrales de su vida y de la
vida de los suyos también, para volver a vivir en el paraíso,
como antes, libres del mal del pecado.

Es decir, para que el hombre vuelva a hablar y a vivir con su
Dios y con su Árbol de vida, en el paraíso y en toda la nueva
creación celestial, también. Y todo esto llego a ser posible
(y una realidad eterna) en la vida de Adán y Eva, cuando por
fin, ambos siendo árboles secos y sin vida alguna, entonces
recibieron por medio de los clavos y de la sangre sagrada del
"Cordero Escogido de Dios", la verdad y la justicia infinita
de la vida eterna de Dios.

Porque esta es la verdad y la justicia de la vida santa del
paraíso, por las cuales Dios ya no podía seguir con ellos
viviendo en el paraíso, hasta que estas dos cualidades
espirituales de sus corazones y de sus almas lleguen a ser
partes integrales de sus vidas, como los demás seres santos y
ángeles del reino, por ejemplo. Y hasta ese día, entonces
Dios no podía jamás realmente tener una comunicación y una
comunión plena con ambos y cada uno de sus descendientes, en
sus millares, como las estrellas de los cosmos, en el paraíso
y en toda la tierra, también.

Por lo tanto, nuestro Dios sólo oye la oración de los que se
acercan a Él, siempre en el nombre sagrado de su Hijo amado,
su Árbol de vida eterna del paraíso, ¡el Señor Jesucristo! Y
sin el Señor Jesucristo en tu corazón, mi estimado hermano y
mi estimada hermana, si realmente fueses tan santo y tan puro
como Adán, en tu vida celestial del paraíso, pero si Cristo
no está en tu corazón, entonces no hay una comunicación
verdadera y real entre tú y Dios en la tierra, ni menos en el
paraíso.

Por eso, sabemos que nuestro Padre Celestial no oye a los
pecadores y a las pecadoras de toda la tierra, porque Él
jamás se ha contaminado con el pecado de ningún ángel caído
ni con ningún hombre rebelde a su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en el paraíso o en la tierra, de nuestros días,
por ejemplo. Nuestro Dios sólo oye a los que le invocan a Él,
en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
porque sólo en Él hay verdad y justicia infinita para todo
hombre, mujer, niño y niña de toda la tierra.

Además, nuestro Dios siempre ha sido fiel a su propia palabra
y a su nombre santo, en el cielo y por toda la tierra; por lo
tanto, nuestro Dios no ha sido jamás adherente en la rebelión
de ningún ángel caído ni en la desobediencia del hombre del
paraíso, en contra de su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo. Y aunque esto es verdad, si ese mismo hombre o
esa misma mujer se arrepiente de sus pecados, e invoca el
nombre sagrado de su Hijo amado, creyendo en su corazón y
confesando con sus labios, de que el Señor Jesucristo es su
Hijo amado, entonces a ese hombre y a esa mujer Dios oye, en
los cielos.

Nuestro Dios los oye para perdonar sus pecados y para
bendecir sus vidas grandemente y poderosamente, en la tierra
y así también en el paraíso, desde ya, y aun hasta cuando
regresen a sus lugares eternos de sus primeros pasos, en el
más allá, por ejemplo, para seguir sirviendo y orando a su
Dios y Creador de sus vidas eternas. Y esto ha de ser con
cada uno de ellos, en oración, en ruegos, en intercesiones en
alabanzas de glorias y de honras inmortales a su nombre
santo, eternamente y para siempre, en su nueva vida
angelical, del nuevo reino de los cielos, como en La Nueva
Jerusalén Santa e Infinita del cielo, por ejemplo.

Puesto que, ningún hombre, mujer, niño o niña de la humanidad
entera, podrá realmente regresar a su antiguo hogar celestial
del paraíso, si es que no se ha arrepentido de sus pecados y,
además, si es que el Señor Jesucristo no habita en su
corazón, por ejemplo, como "alimento infinito" de su corazón
y de su alma eterna, también. Porque el paraíso, y así
también como el nuevo reino de los cielos, ha sido creado
para los ángeles y para la humanidad entera, para que sólo
coman y beban de su fruto de vida eterna de su Árbol
Viviente, su Hijo amado, ¡el Cristo de Israel y de las
naciones!

Porque Dios jamás ha de volver a permitir que el ángel del
cielo, o el hombre del paraíso y de la tierra, vuelvan a
comer, como en la antigüedad, por ejemplo, del fruto
prohibido, para que el mal del pecado jamás vuelva a
entorpecer: la paz y la tranquilidad de la vida santa del
cielo, sino todo lo contrario. Dios ha de asegurarse de que
cada ángel del cielo y así también cada descendiente de Adán,
entré entonces de regreso al paraíso, para sólo comer del
fruto de la vida eterna, de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Dado que, sólo la vida del Árbol de la vida ha de reinar
sobre toda vida del ángel y sobre toda vida de la humanidad
entera, para miles de siglos venideros, en el nuevo reino de
los cielos, como siempre ha sido así, desde el comienzo de
todas las cosas antes de la manifestación del pecado de
Lucifer. Porque todos ellos han de orar, alabar, honrar y
exaltar por siempre su nombre santo ante su Dios que está en
los cielos, por los poderes sobrenaturales de la vida santa y
eternamente divina del Señor Jesucristo, para agradar por
siempre, en toda verdad y en justicia infinita a su Dios y
Fundador de sus nuevas vidas celestiales, del reino.

Por lo tanto, delante de Dios jamás ningún ángel ni ningún
hombre o mujer de la humanidad entera, ha de prosperar en la
tierra ni menos en el más allá, si es que el Señor Jesucristo
no es rey y soberano eterno de su corazón y de toda su vida,
corporal e espiritual, también. Es por eso, que es muy bueno
que todos oren y alaben, honren y exalten por siempre, a
nuestro Padre Celestial que está en los cielos, en el nombre
sagrado de su unigénito, ¡el Señor Jesucristo!, para cumplir
por siempre con toda verdad y con toda justicia de la vida
santa del reino de los cielos, eternamente y para siempre. Y
así entonces quizás tengamos paz en la tierra, porque hay
poderes sobrenaturales actuando en la vida del hombre, en la
oración hecha a Dios, en el nombre del Señor Jesucristo.

SÍ SU GENTE ORA, INVOCANDO EL NOMBRE DE JESUCRISTO, ENTONCES
DIOS BENDECIRÁ SUS VIDAS Y SUS TIERRAS

Pues si se humilla mi gente sobre el cual es invocado mi
nombre, les decía el SEÑOR a sus hijos e hijas de toda la
tierra: y si oran y buscan mi rostro y se vuelven atrás de
sus pecados y malos caminos: entonces yo oiré en los cielos y
perdonaré sus pecados y sanaré sus tierras, también. Porque
de ninguna manera, nuestro Dios ha de abandonar a todo aquel
que se acerque a Él, en la verdad y en la justicia infinita
de su Árbol de vida eterna, en el paraíso o en cualquier
lugar de la tierra. Ahora porque Adán y Eva no encontraron
refugio en el corazón de Dios, en el paraíso, fue porque
Cristo no estaba en sus corazones, sino la mentira de su
enemigo de siempre, Lucifer.

Por lo tanto, poderoso es nuestro Padre Celestial para oír
nuestras oraciones en cada momento del día, en el paraíso o
en cualquier lugar de toda su creación, siempre que se lo
haga en el nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo! Y esto fue algo que Adán si conocía muy bien en
su corazón, pero no Eva. Es por eso, que Lucifer se acerca a
la amiga de Eva primero con sus mentiras, para luego
acercarse a ella y finalmente a Adán y a cada uno de sus
descendientes, con sus mentiras, para destituirlos de toda la
gloria, de la vida santa del paraíso y de la vida de la
tierra, de nuestros días, también.

Y como Adán y Eva no oraron al SEÑOR, en el nombre del fruto,
de vida eterna del paraíso, entonces la verdad y la justicia
infinita de Dios se alejaron de ellos, como para nunca más
volver al cielo, porque el espíritu de error y de la mentira
de Lucifer se encontraba en sus corazones, para mal eterno de
muchos. Pero, sin embargo, dada las mismas circunstancias,
por las cuales Adán y Eva pasaron en el paraíso, si el nombre
del Señor Jesucristo hubiese estado en sus corazones, Dios
inmediatamente hubiese oído sus oraciones de ayuda; y los
hubiese redimido del poder de la mentira de Lucifer, en un
solo instante de oración hecha hacia Él, en el Señor
Jesucristo.

Pero Adán y Eva no oraron a Dios, porque (como lo indique
antes) el nombre del Señor Jesucristo no estaba en sus
corazones, por más santos que fuesen sus vidas delante de
Dios. Por lo tanto, Adán y Eva no estaban en la verdad ni en
la justicia infinita de su Dios y Creador de sus vidas, en el
paraíso. Sólo un vacío se encontraba en sus corazones, en sus
vidas y peor aun, sin la fe y la esperanza de una vida mejor
en sus corazones eternos, sin Cristo Jesús. En verdad, en el
mismo paraíso, a pesar de su inocencia y vida pura y sin
pecado, aun así ambos se encontraban muertos delante de Dios,
porque la vida de Cristo no estaba en ellos ni en ninguno de
sus descendientes, en sus millares, en toda la tierra, como
tú y yo, en el día de hoy, por ejemplo.

Por lo contrario, si el nombre del Señor Jesucristo hubiese
estado en sus corazones, entonces sus oraciones hubiesen sido
muy bien recibidas por Dios, en el paraíso, para contestarlas
inmediatamente, en los poderes sobrenaturales de su verdad y
de su justicia celestial. Y así es también en toda la tierra,
hoy en día y para siempre, en la eternidad venidera del nuevo
reino de los cielos, con cada hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, por ejemplo, para enriquecer sus vidas,
eternamente y para siempre. Y esto es realmente sólo de los
que tengan el nombre del Señor Jesucristo en sus corazones,
para hablar con su Dios y recibir de parte de Él: verdad y
justicia infinita para sus vidas infinitas, en el más allá.

En vista de que, todo hombre y mujer cuando termina su vida
en la tierra, entonces va al más allá a seguir viviendo para
el pecado de Lucifer o para la verdad y la justicia infinita
de su Árbol de vida eterna, ¡el Señor Jesucristo! Y sólo los
que han levantado sus oraciones al cielo para tocar a Dios,
en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
son realmente los que tienen verdad y justicia en sus
corazones y en sus espíritus humanos para ver a su Dios y
vivir sus vidas eternas con Él, en el cielo

Por eso, en el instante que nuestro Dios oye nuestras
oraciones, hechas en el nombre sagrado de su Hijo amado,
entonces nos ha de perdonar cada uno de nuestros pecados,
para jamas volverse acordar de ninguno de ellos, en esta vida
ni en la venidera, también, como en su nuevo reino celestial,
por ejemplo. Porque desde el momento que comenzamos ha hablar
con Él, en el nombre de su Jesucristo, entonces ya somos
santificados, ya somos libres y limpios de toda contaminación
del pecado y de la muerte eterna, también, en nuestros
corazones y en nuestras almas vivientes, en la tierra y en el
paraíso, eternamente y para siempre, en el más allá. Y sólo
la verdad y la justicia de la oración de Dios, hecha en el
nombre sagrado del Señor Jesucristo, viven en nuestros
corazones para justificación y para bendición eterna, en la
tierra y en el cielo, también, eternamente y para siempre.

Es más, nuestro Dios sólo se ha de acordar de nuestras
oraciones, de nuestras alabanzas y de cada una de las honras
y glorias que hayan salido de nuestros corazones y de
nuestras vidas hacia Él, en el nombre sagrado de su Hijo
amado, pero jamás se ha de volver a acordar de ninguno de
nuestros pecados, para siempre. Es por esta razón, que
nuestro Dios ha sido muy bueno para con cada uno de nosotros,
al darnos lo mejor de su vida y de su gran reino celestial,
su fruto de vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Es por eso, que lo mejor de la vida de cualquier hombre,
mujer, niño y niña de toda la tierra, es el Señor Jesucristo
viviendo en su corazón, como en todo ángel del cielo, por
ejemplo, para su nueva vida eterna, en la eternidad venidera
del nuevo reino de los cielos. Porque la verdad es que todo
ángel del cielo ha recibido al Señor Jesucristo en su corazón
con una simple oración en su corazón delante de la presencia
de nuestro Padre Celestial. Pues así también tiene que ser
contigo y con todos los demás, en toda la tierra, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, para que la verdad la justicia
infinita del paraíso, el fruto de vida eterna, reine en tu
vida, eternamente y para siempre.

Porque sólo en el Señor Jesucristo estamos a salvo de los
poderes más terribles y peligrosos del mal del pecado y de
las profundas tinieblas de Lucifer y de sus ángeles caídos,
en la tierra y en el más allá, también, por ejemplo, como en
el mundo bajo de los muertos, en el infierno o el lago de
fuego. El lago de fuego eterno, el lugar en donde la segunda
muerte del espíritu rebelde del ángel caído y así también de
toda alma perdida del pecador y de la pecadora de la tierra,
reina eternamente y para siempre, para que jamás estas vidas
perdidas se vuelvan a levantar y hacerle daño al nombre
sagrado del Señor Jesucristo, como antes.

Porque nuestro Dios es muy celoso de la vida y del honor
sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en el paraíso,
en la tierra y en el más allá, eternamente y para siempre. Es
por eso, que Dios rechaza la vida de Adán y Eva en el paraíso
por más santas y puras que fuesen delante de Él, en el día de
su formación, porque ninguno de ellos honro en su corazón el
nombre milagroso de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!
Además, nuestro Dios jamás se ha agradado de ninguno de sus
enemigos, cuando ha atacado al Señor Jesucristo en el cielo,
en el paraíso o en cualquier lugar de toda la tierra, desde
la antigüedad y hasta nuestros tiempos, por ejemplo, como en
tu vida misma, mi estimado hermano y mi estimada hermana.

Porque nuestro Dios sólo desea ver gloria y honra salir hacia
su Hijo amado, de los hombres, mujeres, niños y niñas de la
humanidad entera, en el nombre sagrado del Cristo de Israel y
de las naciones, del ayer y de siempre, también, y aun hasta
del más allá venidero de su nuevo reino celestial y de sus
huestes celestiales. Entonces si realmente le amamos como a
nuestro Padre Celestial de nuestras vidas, en la tierra,
pues, así también ha de ser en el paraíso, eternamente y para
siempre, sólo en el espíritu de fe, del nombre sagrado del
Señor Jesucristo, para que no nos suceda lo que les sucedió a
Adán y a Eva, en el paraíso, por ejemplo.

Pues entonces, nuestro Dios mismo ha bendecido con
bendiciones sobrenaturales los lugares de nuestras nuevas
tierras y con sus cielos de su nuevo reino celestial, en la
nueva eternidad venidera, para que sigamos viviendo sólo para
Él, por medio del Señor Jesucristo, nuestro único redentor de
nuestros corazones y de nuestras almas vivientes, para
siempre, en el más allá. Por consiguiente, hoy más que nunca,
debemos de orar a nuestro Padre Celestial, para que nos
perdone nuestros pecados, por medio de su Hijo amado, para
que entonces comience a bendecir nuestras vidas, de la misma
manera que ha bendecido a cada ángel del cielo, desde la
antigüedad y hasta nuestros días, también, por ejemplo.

De otra manera, moriremos en nuestras tinieblas de siempre,
aunque vivamos en el paraíso, como Adán y Eva, por ejemplo,
sin la oración y sin la bendición de Cristo en nuestros
corazones y en nuestras almas eternas, también. Porque es
nuestro Dios quien únicamente oye nuestras oraciones día y
noche, por amor al espíritu de la vida santa y sumamente
sagrada del Señor Jesucristo, en la tierra y así también en
el paraíso y en su nuevo reino infinito, como la nueva ciudad
santa e infinita: La Jerusalén Eterna de Dios y de su rey
Mesías, ¡el Cristo!

Por lo tanto, sin Cristo entonces nuestro Dios no oye a
nadie, sea ángel santo del cielo u hombre o mujer santos,
también, del paraíso, como Adán y Eva, por ejemplo. Y si Dios
no perdono a los ángeles que se rebelaron ante el fruto de
vida eterna, ni tampoco perdono a Adán y a Eva, en el
paraíso, por el mismo pecado; pues entonces Dios tampoco te
ha de perdonar a ti, si te acercases a Él, en otro nombre que
no sea el de su Hijo, ¡el Señor Jesucristo! Así es que,
olvídate ya de los ídolos y de las vírgenes de talla, y
regresa a tu Dios, por amor al espíritu de la verdad, de la
vida y de la justicia infinita del fruto de vida eterna del
paraíso, ¡el Señor Jesucristo!, para que tengas vida,
felicidad y salud en abundancia, en la tierra y en el cielo,
eternamente y para siempre.

Entonces cuando ores y pienses que Dios no te está oyendo,
pues no es así. Porque Él si oye nuestras oraciones, puesto
que, para esto nos ha creado en sus manos santas, para que
levantemos nuestras oraciones hacia Él, sólo hacia el cielo,
en el nombre sagrado de su Amado Eterno. Entonces piénsalo
otra vez, porque nuestro Dios si oye tus oraciones, suplicas,
ruegos, alabanzas de gloria y de honra hechas a Él, en el
nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para
perdonar tu vida y llenarla de vida nueva en abundancia, en
la tierra y así también en el paraíso, eternamente y para
siempre.

Para que jamás te falte ningún bien en tu vida por la tierra
y así también, en tu nueva vida celestial del reino infinito
y de sus ángeles celestiales: honrando y alabando su nombre
con cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
de los que han sido lavados de sus pecados, sólo por la
sangre de Cristo. Y cuando ores al SEÑOR, entonces asegúrate
que lo estas haciendo en el nombre sagrado y eternamente
milagroso de su Hijo amado, para que Él mismo te conteste
cada una de tus peticiones y deseos de tu corazón, para ti y
para cada uno de los tuyos también, y aun, hasta de tus
amistades cercanas y lejanas, también.

Ya que, nuestro Dios es bueno para con nosotros, sólo por
medio de la vida sagrada de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, por lo tanto, Él es bueno para todos los demás,
sean familiares, amigos o no. Porque la verdad es que nuestro
Dios desea su bendición para cada uno de los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, día y noche y
sin jamás hacer excepción alguna de ninguna persona, por
ninguna razón, por más razonable que sea, en la mente del
hombre pecador o de la mujer pecadora de toda la tierra.

Por lo tanto, nuestro Padre Celestial es bueno y justo, a la
vez, eternamente y para siempre para con todas sus huestes
celestiales y los hombres, mujeres, niños y niñas de la
humanidad entera, sin jamás dejar a ninguno de ellos sin su
amor y su bendición eterna, también. Por ello, su bendición
es para todos, grandes y pequeños, en el paraíso y por toda
la tierra, también, sólo por medio de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, y jamás por ningún otro nombre extraño a Él y a
su verdad y santidad infinita de la vida gloriosa de su Árbol
de vida eterna, en el paraíso.

A no ser que esa persona realmente no ame en su corazón a su
Dios y a su Árbol de vida, el Señor Jesucristo, como en los
días del hombre en el paraíso. Como en el paraíso, por
ejemplo, cuando Dios quiso bendecir con todo su corazón y con
toda su alma santísima a Adán y a la humanidad entera, pero
Adán, no fue que no quiso recibir su bendición celestial,
sino que se descuido de las artimañas de su enemigo, Lucifer;
y por éste descuido entonces Adán se perdió su bendición
momentáneamente. En otras palabras, Adán, ni menos Eva, sabia
orar a Dios, en el nombre del Señor Jesucristo, viviendo en
su corazón y en su vida y alma resplandeciente de gloria y de
honra infinita, por ejemplo, en el paraíso.

Pero de todas manera, la bendición de su Hijo amado no se
hizo una realidad en su corazón y en toda su vida celestial
en el paraíso, como Dios lo había deseado así para bendecir
no sólo a Adán, sino a muchos más, eternamente y para
siempre. Porque también hubiese sido muy bueno que ésta
bendición llegase al hombre en el paraíso primero y de lleno
y con todas sus más ricas y gloriosas bendiciones de la
antigüedad y del más allá, sino que tuvo que esperar para
entonces llegar a tu vida, mi estimado hermano, como hoy en
día, por ejemplo, sólo por amor a Jesucristo.

Realmente tuvo que esperar la bendición de Dios en Adán y en
cada uno de sus descendientes, por un corto tiempo más hasta
que la sangre del hombre sea reemplazada, por medio del
sacrificio supremo y eterno, de la sangre del Señor
Jesucristo, en el lugar escogido por el SEÑOR mismo, por
ejemplo, en la tierra de Canaán. Pero, sin embargo,
finalmente toma lugar en Israel la bendición de Cristo, para
que en su día Adán regrese a su lugar de siempre, al paraíso
con su Dios y con su fruto de vida y de salud, su Hijo amado,
para él y para cada uno de sus descendientes, en sus
millares, en toda la creación de Dios. Por eso, es muy bueno
orar al SEÑOR siempre para darle gracias por todo lo que ha
hecho con cada uno de nosotros, en la vida gloriosa y
eternamente santa de su Árbol de vida, su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo!

OREN Y DEN GRACIAS POR TODO SIEMPRE A NUESTRO SEÑOR

Mis estimados hermanos y mis estimadas hermanas, pues, estén
siempre gozosos, en el SEÑOR, por todo lo que Él ha hecho por
cada uno de sus ustedes, en sus millares, de todas las
familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la
tierra. Porque nuestro Padre Celestial ha hecho maravillas,
milagros, prodigios y grandes señales del paraíso y de la
tierra, también, por amor a cada uno de ustedes en la
humanidad entera e infinita de su nuevo reino de los cielos.

Y esto no es nada aun, comparado por todo lo que nuestro Dios
piensa hacer por cada uno de nosotros, en la tierra y en el
paraíso, también, desde Adán y hasta el ultimó ser viviente
que nazca en la tierra, por ejemplo, sólo por amor a su Hijo
amado, el Cristo. Entonces oren en todo tiempo y sin cesar,
porque esto es poder de Dios, en el nombre sagrado de su
única bendición personal, como la bendición de Adán y de Eva,
en sus vidas celestiales, por ejemplo, la cual toma lugar
finalmente en la tierra y en el día señalado de nuestro Dios,
para bien eterno de muchos en Jesucristo.

Dado que, esta bendición de nuestro Dios y de su Espíritu
Santo, entonces tenia que alcanzar al hombre, de una manera u
otra, en el paraíso o en la tierra, pero siempre por medio de
su fruto de vida eterna, su Hijo amado, el Señor Jesucristo.
Pues entonces nada ha cambiado para Dios desde los días del
paraíso y hasta nuestros días en la tierra, por ejemplo.
Porque, además, era muy necesario también, que llegue a ti y
a cada uno de los tuyos la vida, de los que están cerca y de
los que están lejos, como hoy en día, por ejemplo, por medio
del espíritu de la palabra, de la justicia y del amor divino
de nuestro Dios y de su unigénito, ¡el Señor Jesucristo!

Porque sin esta bendición de Dios y de su Espíritu, por medio
del Señor Jesucristo, en el paraíso o en la tierra, entonces
tú jamás pudieses haber vivido tus días de vida en la tierra,
para que llegues a conocer tu única verdad y tu única
salvación infinita para tu alma eterna, ¡el Señor Jesucristo!
Pues bien, den gracias en todo y en todo tiempo, en el nombre
del Señor Jesucristo, a su Dios Eterno que está sentado en su
trono de gran gloria y de la gracia infinita, en el cielo,
para bien de sus vidas y de los demás, también, como los
suyos y hasta muchas amistades lejanas del mundo entero, por
ejemplo. Porque el perdón y la bendición de la vida eterna
son para todos, sólo por medio de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, viviendo en sus corazones, eternamente y para
siempre, en la tierra y en el paraíso, también.

Porque nuestro Dios no sólo es Dios de nosotros, sino también
de aquellos que están lejos y aun no lo han llegado a
conocerle a Él, en sus corazones y en sus espíritus humanos,
en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
porque aun nadie les ha predicado la palabra de salud eterna
del SEÑOR, todavía. Es por eso, que la oración del corazón y
de los labios de los hombres es muy importante para Dios y
para nuestras vidas, en la tierra y en el cielo, también,
eternamente y para siempre, para nosotros ser liberados y
sanados, a la vez, de todos los males del pecado. Y así otros
entonces puedan ver la vida de Dios y de su nuevo reino
infinito del cielo, en la tierra y en el más allá, sólo por
su fruto de vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Porque todos hemos de orar a nuestro Dios, así como lo hemos
hecho en la tierra, a través de los tiempos, pues en nuestros
nuevos días largos y eternos lo hemos de hacer igual en el
paraíso, como debió de ser desde el comienzo en el más allá,
con Adán, Eva y el Árbol de la vida, ¡el Señor Jesucristo!
Porque ésta es precisamente su voluntad perfecta, de parte de
Él, nuestro Padre Celestial, hacia cada uno de nosotros, en
todos los lugares de la tierra, en Cristo Jesús, de que todos
tengan vida y salud infinita, en abundancia, por medio de su
unigénito y salvador nuestro, en el paraíso y en la tierra,
también, eternamente y para siempre. Porque mayor vida y paz,
que Cristo Jesús en nuestras vidas, no hay otro igual, jamás.

Puesto que, nuestro Dios nos ha llamado a hacer siempre
nuestras oraciones hacia Él, por medio del espíritu de la
sangre y de la vida eterna de su Árbol Viviente, el Señor
Jesucristo, en nuestros corazones y en nuestras almas,
también, para cumplir toda verdad y justicia infinita en
nuestras vidas, delante de su presencia santa, en el paraíso.
Porque ningún ser jamás se ha de presentar delante de su
presencia santa en el paraíso ni menos en la tierra, sin la
verdad y sin la justicia infinita de su fruto de vida eterna,
del Señor Jesucristo, su único Hijo amado, para ser perdonado
y para recibir sus bendiciones infinitas en su nueva vida.

Fue por esta razón, que Dios requirió de Adán y Eva de comer
por siempre, de los frutos del huerto del Edén y de su Árbol
de vida eterna, para que haya una comunicación de verdad y de
justicia infinita entre Él y ellos y con sus descendientes,
también, como hoy en día contigo, mi estimado hermano, como
ejemplo. Porque cuando oramos hacia nuestro Dios, quien está
sentado en su trono de nuestra única gracia y misericordia
infinita, entonces nos comienza a bendecir y a llenar
nuestras vidas con muchas de sus más ricas y gloriosas
bendiciones del paraíso, las cuales nos harán seres muy
felices delante de su presencia santa, en la tierra y en el
paraíso, también. Porque todas las bendiciones de nuestro
Dios y de su Espíritu Santo son más para nosotros en
Jesucristo, Señor nuestro, mucho más que para los ángeles del
cielo.

Por lo tanto, nuestra oración debe de ser hecha siempre a
nuestro Padre Celestial y a su Espíritu Santo, en el nombre
de su amor eterno, el Señor Jesucristo, entonces muchas cosas
maravillosas, de milagros y de prodigios sobrenaturales
tomaran lugar en nuestras vidas día y noche, como si ya
estuviésemos viviendo con nuestro SEÑOR, en el paraíso, por
ejemplo. Porque nuestro Dios nos quiere hacer muy felices, a
como de lugar, como sus ángeles del cielo, por ejemplo, los
cuales son seres muy sagrados para su nombre santo y, a la
vez, muy felices en sus vidas celestiales, por medio del
espíritu, de su fruto de vida eterna, su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo! Porque en el cielo así como en la tierra,
la vida del ángel y del hombre no cambia en nuestro Señor
Jesucristo jamás, sino que permanece en nosotros por siempre,
siempre y cuando le seamos fieles a nuestro Padre Celestial
que está en los cielos.

En vista de que, otra felicidad que no sea el Señor
Jesucristo delante de su presencia santa, en el cielo, en el
paraíso, en la tierra o en cualquier otro lugar de su nueva y
vieja creación, entonces nuestro Dios no conoce. Y así
también cada una de nuestras oraciones, alabanzas de gloria y
de honra, nuestras peticiones, nuestros ruegos, nuestras
intercesiones, etc., no pueden ser jamás reconocidas por
nuestro Dios, sin la felicidad del espíritu vivo, del nombre
sagrado de su Hijo amado, en nuestros corazones y en nuestro
diario vivir, también, por ejemplo, en todos los lugares de
la tierra.

Es por eso, que los ángeles, arcángeles, serafines,
querubines y demás seres santos del cielo, son siempre llenos
del espíritu y de la vida gloriosa y eternamente honra de su
Árbol de vida, para agradar a nuestro Dios día y noche y cada
vez que se acercan a Él, para honrar y para exaltar su nombre
santo, en perfección infinita. Porque el nombre de nuestro
Padre Celestial sólo puede ser exaltado con los poderes y
autoridades sobre todas las cosas de la creación de Dios, de
los cuales existen ya, en el nombre del Señor Jesucristo; de
otra manera, nuestro Dios no puede ser glorificado en
nuestras vidas, ni por un sólo segundo, ni menos su nombre
santo, tampoco. Es decir, que sin Cristo en nuestras vidas,
entonces no hay verdad, no hay justicia, ni menos habrá
gloria y honra para el nombre sagrado de nuestro Padre
Celestial que está en los cielos.

Entonces para nosotros poder crecer como los ángeles del
cielo y agradar a nuestro Dios con nuestra presencia humana,
por ejemplo, pues claramente tenemos que estar llenos del
espíritu del nombre bendito de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo! Para que de esta manera, los poderes de los dones
del Espíritu Santo, pues, al instante, comiencen a obrar
maravillas, milagros y glorias sobrenaturales de gran
impacto, para la vida y el nombre bendito de nuestro Dios y
Creador de nuestras vidas, en el cielo y en toda la tierra,
también, ¡el Todopoderoso de Israel y de la humanidad entera!
Y esto es muy bueno para los ángeles del cielo y para la
humanidad del paraíso y de toda la tierra, de nuestros días y
de siempre.

Y si nuestro Dios es honrado adecuadamente en nuestros
corazones y en nuestros espíritus humanos, por medio del
espíritu vivo, el cual resucito de entre los muertos de la
tierra, en el Tercer Día del SEÑOR, entonces nuestro Dios ha
de ser verdaderamente glorificado y eternamente honrado, en
nuestras vidas, en el nombre sagrado de su unigénito, ¡el
Señor Jesucristo! Porque sólo ésta gloria infinita, de la
resurrección del Señor Jesucristo, por los poderes y
autoridades sobrenaturales del nombre y del Espíritu Santo,
entonces el hombre, la mujer, el niño y la niña de la
humanidad entera, podrá realmente entrar al reino de los
cielos para vivir la vida eterna, con su Dios y con su Árbol
de vida. De otra manera, nadie podrá jamás entrar a la nueva
vida eterna del nuevo reino de Dios, como el paraíso o como
La Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo, por ejemplo.

DIOS NO OYE A LOS PECADORES, PERO SÍ A CRISTO

Pues sabemos muy bien, de acuerdo a la escritura, que nuestro
Dios no oye a los pecadores, por más que oren y rueguen en el
nombre desconocido de sus ídolos e imágenes de talla, por
ejemplo, en toda la historia de la tierra y hasta nuestros
días, también. Pero si ellos mismos se arrepienten de sus
pecados, en el temor sobrenatural del nombre sagrado de su
Hijo y hacen su voluntad en sus vidas: amándole y honrándole
en sus corazones sólo a Él, como el único Creador de sus
almas, entonces a esos oye nuestro Dios día y noche, para
perdonar sus pecados y bendecir sus vidas sobrenaturalmente.

Porque hay poder sólo en el espíritu de la sangre y del
nombre del pacto eterno de Dios y el hombre de la tierra,
para perdonar y así sanar todas las dolencias de su cuerpo y
de su alma eterna, también, en el paraíso y por toda la
tierra, desde hoy mismo y eternamente y para siempre. Por
esta razón, la oración del corazón y de los labios del
hombre, de la mujer, del niño y de la niña de la humanidad
entera, es tan importante para nuestro Padre Celestial, así
como es la oración de su Hijo, el Señor Jesucristo, para
estar por siempre, con cada uno de nosotros fiel, en cada
momento de nuestras vidas.

Es decir, para ayudarnos en todo, en lo que sabemos y hasta
en lo que no (sabemos), también; porque hay muchas cosas que
vemos muy bien con nuestros ojos, pero otras que no. Porque
la verdad es que son mucho más las cosas que no vemos en todo
nuestros derredor y en el más allá, también, y sólo nuestro
Dios las puede ver siempre, sólo por los poderes
sobrenaturales del espíritu de la sangre y del nombre de
nuestro Señor Jesucristo viviendo en nuestros corazones, por
ejemplo, para socorrernos y protegernos del mal.

Entonces el nombre del Señor Jesucristo es de suma
importancia, en el día a día de nuestras vidas, viviendo en
nuestros corazones para actuar por siempre, a favor de cada
uno de nosotros, en cualquier situación de nuestras vidas; y
así ayudarnos en muchas cosas, si no todas, para que nuestras
vidas sean siempre prosperas en su obra sagrada. Porque
nuestro Dios es bueno y grande en misericordia y justicia
infinita, para con los que le aman a Él, sólo por medio de la
vida honrada y eternamente sobrenatural de su gran rey
Mesías, ¡el Cristo de Israel y de las naciones!

De otra manera, sin Cristo en nuestras vidas, entonces no
tenemos nada que hacer con Dios ni en su paraíso, tampoco,
pues entonces como Adán y Eva tenemos que salir de la
presencia de Dios y de su paraíso para seguir viviendo entre
las tinieblas del pecado en la tierra de siempre, hasta que
reconozcamos a Cristo en nuestros corazones. Porque sin
Cristo para nuestros corazones, para nuestras almas eternas,
para nuestras vidas y para nuestro Dios y sus huestes
celestiales en el cielo no tenemos verdad ni justicia alguna
en nuestras vidas, jamás; estamos eternamente en tinieblas y
perdidos en el pecado de siempre, de Adán y de Lucifer, por
ejemplo.

Así es que, nuestro Dios le ha dado a Israel y a la humanidad
entera, un sólo Mesías para el paraíso, para la tierra y para
la nueva vida infinita del nuevo reino de los cielos,
también. Y éste Mesías es el Hijo de David, ¡el único Cristo
posible de Israel y de la humanidad entera, eternamente y
para siempre! Y como Él no hay otro igual entre todos los
ángeles del cielo y así también entre los hombres de la
humanidad entera. Y entonces por amor a Dios y a la vida
preciosa de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, comenzando con Adán, por ejemplo, en el paraíso,
entonces nos ha dado su mismo aliento de vida infinita, para
que jamás nos falte ningún bien del cielo y de la tierra,
eternamente y para siempre.

Y esta vida divina de Dios mismo, libre del pecado y, a la
vez, llena de toda verdad y de la justicia infinita del reino
de los cielos, prácticamente nos la ha entregado toda, sin
escatimar nada de sí mismo, eternamente y para siempre, para
que gocemos con Él, de todas sus cosas, en el cielo y en toda
su nueva creación, eternamente y para siempre. Es decir,
también, que el Señor Jesucristo nos ha entregado toda su
misma vida única, sin quitarle nada, para que la gocemos y la
vivamos por siempre, en la tierra y en el nuevo reino de
Dios, en donde sólo habitan la verdad y la justicia infinita
del Árbol de la vida, y no la mentira de Lucifer, por
ejemplo.

Por ello, hemos de vivir eternamente y para siempre en toda
la nueva creación de Dios, felices y contentos, porque el
Árbol de vida vive en nosotros, con mucho poder y con mayores
bendiciones de vida y de salud infinita que antes, como con
Adán y Eva, en los primeros días del paraíso, por ejemplo.
Por lo tanto, nuestro Padre Celestial está siempre atento
para oír nuestras oraciones, a cualquier hora del día, para
ayudarnos y bendecirnos por siempre, en todo lo que le
necesitemos a Él y de sus inmensas y gloriosas riquezas
sobreabundantes, de su Espíritu y de su Árbol de vida eterna,
su único Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Porque la verdad es que todo lo que Dios es y su Hijo amado,
más lo que han creado por los poderes sobrenaturales de los
dones de su Espíritu Santo, es, realmente, sólo para cada uno
de sus seres creados, como ángeles del cielo y hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, también. Y, es
por eso, que cada vez que tu levantas tus oraciones,
peticiones, ruegos, adoraciones, alabanzas de glorias y de
honras hacia Dios y su nombre sagrado, en el nombre del Señor
Jesucristo, entonces Dios abre las ventanas de los cielos,
para dejar caer de su Espíritu y de sus muchas bendiciones
celestiales, para ti y para los tuyos, también.

Y nuestro Dios hace estas maravillas gloriosas del cielo para
cada uno de nosotros, en nuestros millares, en toda la
tierra, porque nos ama, como jamás ha amado a nadie, en todos
los días de su existencia en el cielo, por medio de la verdad
y de la justicia infinita de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo! Es por esta razón, que la bendición del Señor
Jesucristo y de su fruto de vida eterna era de gran
importancia para Adán y para cada uno de sus descendientes,
en el paraíso, comenzando con Eva, por ejemplo.

Y cuando Adán y Eva no pudieron hablarle a su Dios, ni menos
alabar su nombre santo, en el nombre del Señor Jesucristo,
porque no lo habían recibido en sus corazones, entonces
tuvieron que dejar el cielo para descender a vivir sus vidas,
en la tierra, como hoy en día, con cada uno de sus
descendientes, en el mundo entero. Y Adán abandona el paraíso
con Eva y cada uno de sus descendientes, como tú y yo, que
estábamos supuestos a nacer no tanto en la tierra, sino en el
paraíso, pues, Dios tuvo que aceptar lo inaceptable en su
corazón, porque su Hijo amado, el Señor Jesucristo, los iba a
rescatar en su día y sin más demora alguna.

Y aunque no estamos viviendo en el paraíso corporalmente, por
el momento, pero nuestra fe si, en el fruto de vida eterna,
el Señor Jesucristo, entonces nuestro Dios nos oye con el
amor de su Espíritu de vida y de salud infinita, como si
tuviéramos viviendo en el paraíso aun con Él y su Árbol de
vida. Y nuestro Dios hace todo esto por nosotros, porque nos
ama: Con el fin de ayudarnos, socorrernos y llenarnos de sus
más ricas y gloriosas bendiciones de maravillas y milagros
eternos, también. Porque nuestras oraciones, aunque las
hacemos en la tierra, en realidad, Él las oye inmediatamente
en el espíritu de la presencia sagrada, de su Árbol de vida,
en el epicentro del paraíso, para glorificar su nombre santo,
en nuestros corazones y en nuestras vidas, también,
eternamente y para siempre, para traspasar nuevos horizontes
jamás alcanzados, por ángeles ni por hombres.

Porque así es, como Dios ha vencido a Lucifer y a cada una de
sus mentiras en las bocas de sus ángeles caídos y también en
la boca de la gente de la mentira, en la tierra, por ejemplo,
para exaltar y glorificar la luz de su nombre santo, sobre
todas las tinieblas, en nuestras vidas regeneradas en Cristo.
Y esto ha de ser así, día y noche en toda la tierra y hasta
el fin de todas las cosas, para destruir cada una de las
mentiras y de la muerte eterna del hombre, en la tierra y en
el más allá, también, como en el paraíso y hasta como en el
mundo de los muertos, en el infierno. Porque toda mentira de
Lucifer ha muerto en la palabra de la Ley y en el nombre
milagroso del Señor Jesucristo, para bien de la humanidad
entera, en la tierra y en el paraíso, también, eternamente y
para siempre, gracias al espíritu de la gracia redentora de
la oración de fe, en el corazón de todo hombre de la tierra.

Puesto que, las primeras mentiras nacieron en el corazón de
Lucifer, no en la tierra, sino en el cielo y en el paraíso
del hombre, también, para propagarse y asi destruir toda vida
angelical del cielo y de toda vida humana del hombre, en la
tierra y en el nuevo reino de los cielos, si fuese posible
aún. Es por eso, que toda purificación de los poderes del
pecado, en la vida de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, comenzando con Adán y Eva, en el paraíso,
comienzan con Dios y con su Árbol de vida eterna, primero en
el altar celestial y luego por toda la tierra, también, hasta
que todo queda limpio.

Por eso, sabemos que Dios jamás ha oído al pecador, en el
nombre de ninguno de sus ídolos, o imágenes de talla, como
ejemplo, porque Él jamás se ha contaminado con el pecado de
las mentiras de Lucifer o de sus ángeles caídos, ni por la
gente de la mentira eterna de la tierra, sino todo lo
contrario. Nuestro Dios siempre ha sido fiel a su palabra y a
su nombre santo, en su corazón y así también en el corazón de
sus ángeles y de los hombres, mujeres, niños y niñas de la
humanidad entera, para no cambiar jamás por nada ni por
nadie, en esta vida ni en la venidera, tampoco, eternamente y
para siempre. Porque su Árbol de la vida ha de seguir siendo
su vida y la vida de cada ángel del cielo y de cada hombre y
de cada mujer del paraíso y de la tierra, también.

Y aunque nuestro Dios jamás ha oído la oración del pecador,
en el nombre de otros dioses ajenos a su verdad y a su
justicia infinita de su Árbol de vida, pero a los que le aman
por medio de su unigénito, entonces si los oye siempre; es
más, nuestro Dios jamás ha rechazado la oración del nombre de
Jesucristo. Nuestro Dios no los hace esperar por nada, sino
que contesta sus oraciones, peticiones, rezos, intercesiones,
ruegos, y alabanzas de gloria y de honra eterna a su nombre
santo, hechas siempre hacia Él, en el nombre sagrado de su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Es decir, que si los pecadores de siempre se arrepienten de
sus pecados y se acercan al trono de su gracia y de su
misericordia infinita, en el nombre del Señor Jesucristo,
entonces ahí los oye, sin más demora alguna, para responder
inmediatamente a cada uno de sus pedidos, para bien de sus
vidas y de los demás, también. Éticamente, nuestro Dios les
ha de oír cada una de sus muchas oraciones, peticiones,
ruegos, intercesiones, alabanzas de gloria y de honra,
levantadas hacia al cielo, para tocar su nombre santo, para
entonces hacer grandes maravillas, milagros y muchas
grandezas fenomenales con sus vidas, vidas que antes estaban
perdidas, pero ahora viven, por la gracia del espíritu del
Señor Jesucristo.
   
Las vidas de los pecadores viven para Dios, para perdonarles
sus pecados y bendecirlos con nuevas vidas, como jamás han
sido bendecidos desde el día de su formación en sus manos
santas, para exaltar su imagen y su semejanza perfecta en
cada uno de ellos, en sus millares, en todas las razas,
familias, linajes, tribus y reinos de la tierra. Entonces
nuestro Dios si oye a todo hombre, mujer, niño y niña que se
acerque a Él, para recibir su perdón y su salvación infinita,
llena de la vida y de la felicidad celestial, de la vida
eterna del reino de los cielos, sólo posibles en la
invocación con sus labios, del nombre sagrado de su Hijo, ¡el
Señor Jesucristo! Pero para los impíos y odiosos de nuestro
Dos y de su Jesucristo, entonces no hay paz alguna posible
parta ninguno de ellos, en la tierra ni menos en el fuego
eterno y eternamente violento del infierno.

LA ORACIÓN DEL IMPÍO ES ABOMINACIÓN A DIOS, PERO LA ORACIÓN
EN CRISTO LE AGRADA A SU CORAZÓN

Es por esta razón, que el sacrificio de los impíos siempre ha
sido una repulsión para nuestro Padre Celestial que está en
los cielos, para jamás quererlas oír delante de su presencia
santa, en la tierra ni en el cielo. Porque nuestro Dios no
desea saber del pecado de nadie, sino sólo de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo, viviendo en su vida. Es decir, que
nuestro Dios sólo oye la oración de los rectos, sólo en la fe
sobrenatural, del nombre de su Hijo amado, viviendo en sus
corazones eternos, pues entonces esto le agrada a Él, como
los mejores aromas de las flores de la tierra y del paraíso,
a la vez, por ejemplo, en una gran ofrenda eterna para Él.

Ciertamente, nuestro Dios se goza cada vez que el hombre y la
mujer de la tierra se acercan para hablar con Él, por medio
de la oración, sólo hecha en el nombre bendito de su Hijo
amado, el Señor Jesucristo. Los ángeles se maravillan
grandemente y esperan por la reacción de su Dios, por si Él
quiera enviarlos a la tierra, por alguna razón, para bendecir
a cada uno de todos los que se acercan a Él, al trono de su
gracia y de su misericordia infinita, en el nombre bendito de
su Jesucristo, por ejemplo. De hecho, esto es gloria eterna
para el corazón sagrado de nuestro Dios y de su Espíritu
Santo, por ejemplo, el cual jamás terminara en todos los días
de su existencia, en su nueva vida infinita, de su nuevo
reino celestial, en la tierra y en el cielo, también.

Ya que, para nuestro Padre Celestial, cuando el pecador se
acerca a Él, entonces Él no percibe el espíritu desagradable
del pecado, sino todo lo contrario, en su corazón y en su
alma santísima, sólo saborea el aroma de la verdad y de la
justicia infinita de la vida de Cristo, en nuestras vidas
humanas. Realmente nuestro Dios siempre percibe el espíritu
de la verdad y de la justicia infinita de la sangre llena de
vida y de salud eterna de su Árbol Viviente, en el corazón de
cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, es
decir, sólo de los que se acercan a Él, en su nombre
misterioso, ¡el Señor Jesucristo!

Entonces nuestro Dios se disgusta mucho, como siempre, con
los que adoran ídolos e imágenes de talla, llamándoles sus
dioses o sus vírgenes, por ejemplo, como todo pagano suele
hacer, desde la antigüedad y hasta nuestros días, cuando
realmente sólo existe un Dios en el cielo y en toda la
tierra, también, eternamente y para siempre. Puesto que,
cuando la gente se encuentra en aprietos que no entiende como
han llegado a sus vidas, porque piensan que no se merecen
tanto mal, entonces no se dan cuenta de que están siendo
atacados por los espíritus de maldad y de mentira eterna, de
los que habitan en sus objetos que dicen ser los dioses de
sus vidas. Es más, éste es el mayor de los engaños que el
espíritu de mentira y de la maldad eterna ha perpetuado en
contra de la humanidad entera, para destruir la verdad de
Dios y de su Hijo amado, en la vida de todo hombre de la
tierra, desde la antigüedad y hasta nuestros días, también.

Y aquí es, realmente, en donde mucha gente ha caído en tanta
confusión espiritual, porque sus corazones y así también sus
mentes son oscurecidas por tinieblas infernales, para que no
vean jamás la verdad de Dios y de su Ley Viviente, y así se
arrepientan de sus pecados y finalmente encuentren sus vidas
eternas, sólo en la palabra de Dios. Porque la verdad es que
una simple oración de fe, hecha en el nombre del Señor
Jesucristo, delante de la presencia sagrada de nuestro Padre
Celestial, verdaderamente, puede mucho en la tierra y así
también, en el paraíso, eternamente y para siempre, para
bendecir a todo ser viviente, grande y pequeño, de toda la
tierra.

Porque la vida de todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, comenzando con Adán y Eva en el paraíso,
por ejemplo, está en el espíritu de la fe, de creer siempre
en el orden y en la honra de la Ley de Dios y de Moisés, por
ejemplo, sólo posible en la vida sobrenatural del Señor
Jesucristo. Y esto es para no romperla jamás en sus corazones
ni en ningún momento de sus vidas, tampoco, por ninguna
razón, por más razonable que sea su sabiduría o argumentación
personal, por ejemplo, sino todo lo contrario: honrarla por
siempre con el Señor Jesucristo viviendo en sus vidas
diariamente y para siempre, aun más allá de la eternidad
venidera.

Ya que, a nuestro Dios le ha entregado su Ley a Moisés y a
todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
comenzando con Israel, para exaltarla por siempre en cada una
de sus vidas por la tierra, en el paraíso y hasta aun más
alto de todo lo que amen en sus nuevas vidas, también, por
ejemplo. Porque la Ley de Dios es para exaltarla solamente, y
más no para dejarla caer a la tierra, jamás, por ninguna
razón, en el corazón y en la vida de todo hombre, mujer, niño
y niña de todas las naciones de la tierra, del ayer y de
siempre. Y si la Ley una vez salio despedida de las manos de
Moisés, fue entonces para entrar al corazón de la tierra, y
desde ahí ser levantada sólo por el Señor Jesucristo hasta lo
más alto de los cielos de los cielos, en donde nuestro Padre
Celestial habita en perfecta santidad infinita, eternamente y
para siempre con su Espíritu Santo.

Dado que, la Ley de Dios es para la eternidad en nuestras
vidas; y nadie jamás podrá cambiarla en nuestras vidas, ni lo
alto ni lo bajo, ni hambre ni sed, ni falta de nada ni menos
la muerte en la tierra ni mucho menos en el más allá,
también, como en el mundo bajo del infierno o el lago de
fuego. Entonces fue por esta razón, que el Señor Jesucristo
no solamente tuvo que descender a la vida de la tierra para
nacer como el Hijo del hombre, sino que también, después de
haber vivido su vida mesiánica, cumpliendo así toda
escritura, para luego descender al corazón del mundo, para
encontrarse con los antiguos y primero que todo con la Ley.
Para entonces levantar la Ley Divina de Dios y de Moisés
hasta lo sumo de toda la gloria y honra infinita jamás
alcanzada por los ángeles ni menos por los hombres de la
humanidad entera, pero esta vez Cristo se glorió
grandiosamente en contra del pecado, y derroto a Lucifer con
el espíritu de la letra de la Ley Honrada.

Es decir, que el Señor Jesucristo entonces levanto desde el
corazón de la tierra las tablas de la Ley, que salieron
despedidas de Moisés, en el día que Israel peca delante de
Dios, sin tener ningún temor en su corazón, por herir al Dios
del cielo y, a la vez, al único salvador de sus vidas
eternas, con idolatría rebelde. Y esto sucedió a las faldas
del Sinaí, cuando Israel forma con sus manos un becerro de
oro, y lo llama inicuamente su dios y libertador de sus vidas
de la casa de su cautiverio eterno, Egipto, por ejemplo, para
romper así terriblemente la Ley de Dios, mucho antes que
llegase a sus manos, para honrarla infinitamente en sus
vidas.

Ahora, el Señor Jesucristo levanta las tablas de la Ley de
Dios, del corazón de la tierra, no sólo para entregársela a
Israel y a la humanidad entera, como debió ser desde el
Sinaí: cumplida, ordenada y eternamente hornada en su vida
mesiánica, sacerdotal y libertadora del poder del pecado y de
la muerte, también, sino que mucho más que esto. Realmente el
Señor Jesucristo levanta la Ley hasta el paraíso, de donde
Dios la escribió con su dedo y la envió a Israel, por medio
de Moisés, para que la reciban, pero no con el espíritu de un
becerro de oro en sus manos, sino en sus corazones, llenos
del espíritu del gran rey Mesías de sus vidas, ¡el Cristo!

Entonces ésta Ley, honrada y exaltada en la vida del Señor
Jesucristo, tenia que entrar a nuestras vidas, también, para
que cada una de nuestras oraciones, suplicas, ruegos,
intercesiones, plegarias al cielo, sean ungidas por siempre
por el espíritu de la Ley misma cumplida, en la sangre del
Señor Jesucristo, para la eternidad venidera del nuevo reino
celestial. Porque sólo el Señor Jesucristo es el Hijo amado
de Dios y, realmente, el único salvador posible de la Ley y
de la vida de la tierra, para Israel y para la humanidad
entera, desde los días de Adán y Eva, en el paraíso, en la
tierra y para el nuevo reino de los cielos, también,
eternamente y para siempre.

Y como el Señor Jesucristo no existe otro igual, delante de
nuestro Padre Celestial, desde los primeros días de la
antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo, para que Él
pueda entonces oír cada una de nuestras oraciones, suplicas,
ruegos, intercesiones, hechas, sólo posible en el espíritu
del Señor Jesucristo y por el poder de la Ley Redimida,
únicamente. Y así entonces contestarnos cada una de nuestras
oraciones y suplicas, con poder del cielo y de su Ley
Altísima, en el poder de su verdad y de su justicia infinita,
llenas de vida y de mucha salud eterna, para nuestras vidas,
en la tierra y en el paraíso, también, eternamente y para
siempre.

Y hoy en día, nuestro Dios oye tu oración, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, porque el Señor Jesucristo ha
redimido la Ley de Moisés y de Israel desde las profundidades
del corazón de la tierra y así también ha redimido a todo
hombre, mujer, niño y niña de las profundas tinieblas del
corazón de la tierra, para que haya luz en la tierra. Es
decir, para que en tu alma sólo encuentres día y noche: luz,
paz y la gloria de la felicidad infinita de conocer a su Dios
y Creador a través de la oración, sólo posible en el espíritu
de la sangre y del nombre bendito de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Por lo tanto, tu Dios, el Eterno de Israel y de las naciones,
oye día y noche a tu oración y tus ruegos constantes, porque
sólo el Señor Jesucristo ha redimido su Ley Santa y se
encuentra hoy en día en el cielo con él y con todos sus
ángeles infinitos. Para que su Ley Infinita jamás se vuelva
alejar, como en el día que salido de las manos de Moisés y se
introdujo hasta el corazón de la tierra, como Adán y Eva,
también, por ejemplo, que se alejaron de él, en el día de su
gran error, de no creer en el fruto de la vida, ¡el Señor
Jesucristo!

DÍA Y NOCHE NUESTRO DIOS OIRÁ NUESTRA VOZ, SÓLO EN CRISTO

Al hacerse de noche, al canto del gallo y al mediodía: oraré
y clamaré a ti, oh Padre Eterno, en el nombre del Señor
Jesucristo, para honrarte en mi alma; y nuestro Dios oirá mi
voz, porque sólo Él es nuestro Dios, en nuestros corazones y
en nuestro diario vivir, en la tierra y en el paraíso,
también, infinitamente. Porque como Él no hay otro igual para
oír nuestras oraciones y saciar la sed de nuestro corazón y
el hambre de nuestra alma eterna, por la verdad y por la
justicia infinita de nuestras vidas, en la tierra y en el
paraíso, eternamente y para siempre, sólo posible en el
nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Y, además, nuestro Dios es muy bueno para con cada uno de
nosotros, de todas las razas, familias, pueblos, tribus,
linajes y reinos de la tierra, porque nos ha formado en sus
manos santas, para que le sirvamos por siempre, por medio de
la oración, sólo en el nombre sagrado y milagroso de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo! Por lo tanto, nuestro Padre
Celestial nos ha dado lo mejor de Él y de su vida santísima,
el Señor Jesucristo, en su reino celestial, sin jamás
pensarlo dos veces, por amor al cumplimiento de la verdad y
de toda justicia infinita, en nuestros corazones y en
nuestras almas eternas, también, en la tierra y en el
paraíso, para siempre.

Porque de otra manera, nosotros jamás podríamos entrar al
cielo y ver la vida eterna, en nuestros corazones y en
nuestros espíritus humanos, para siempre, sino que viviríamos
por siempre esclavos eternos en las profundas tinieblas del
pecado y de la maldad eterna de Lucifer y de sus ángeles
caídos, por ejemplo. Y a nosotros no nos ha creado del fango
de la tierra en sus manos santas, para que muramos en las
tinieblas de sus enemigos, sino todo lo contrario. Nuestro
Dios nos ha creado para que sólo oremos a Él, en el nombre
sagrado de su Hijo amado, para vivir la verdad y la justicia
infinita de su nueva vida eterna, en la tierra y en el
paraíso, desde hoy mismo y eternamente y para siempre, en la
eternidad venidera.

Ya que, es necesario que su verdad y su justicia sean
cumplidas por medio de su Ley, en nuestros corazones y en
nuestras almas eternas, también, sólo en el espíritu de la fe
sobrenatural, de la sangre y del nombre milagroso de su Hijo
amado, el Árbol de la vida eterna, del paraíso y del reino de
los cielos. Por lo tanto, éste regalo de nuestro Dios a
nuestras vidas infinitas, ha sido, realmente, ni más ni
menos, su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para que viva con
nosotros y en nuestros corazones, también día a día en la
tierra y eternamente y para siempre, en su nueva ciudad
celestial e infinita: La Jerusalén Santa y Perfecta del
cielo. Porque mayor regalo y gloria para el corazón y la vida
del hombre y de la mujer no hay otras iguales, en el paraíso
ni menos en la tierra.

Pues perdonándonos así entonces, por amor a su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, cada uno de nuestros pecados y jamás
acordándose de ninguno de ellos, también, sino que sólo su
espíritu de amor sobre vence todo mal en nuestras vidas día a
día y hasta aun más allá de la eternidad venidera, en su
nueva vida celestial e infinita. Es más, nuestro Dios jamás
nos llamara a cuentas de nuestros pecados, por ninguna razón,
por amor al Señor Jesucristo, quien vive en nuestros
corazones, sino que sólo se ha de acordar de todo el bien que
hicimos, cada vez que le invocamos en nuestros corazones y en
nuestros espíritus humanos, en el nombre milagroso de su
unigénito, por ejemplo.

Puesto que, sólo en el espíritu, de la sangre y de la vida
santísima del Señor Jesucristo, es que realmente nuestro
Padre Celestial se agrada de cada uno de nosotros, de todas
las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la
tierra. Es por eso, que nuestra oración es de suma
importancia delante de nuestro Dios, en la tierra y así
también en el paraíso, por ejemplo, para que haya "paz y
tranquilidad", con todo lo que es su verdad y su justicia
celestial, en su nueva vida eterna, en el más allá, en su
nuevo reino de los cielos.

Entonces es muy importante que el hombre y la mujer oren
siempre, delante del Creador de sus vidas, por medio de su
Hijo, para no ser rebeldes a su palabra, como Adán en el
paraíso, sino hacedores de su verdad y de su justicia, en
nuestros corazones y en nuestro diario vivir, también, sólo
posible en el Señor Jesucristo. Es por esta razón, que es muy
bueno para tu corazón y para tu alma eterna, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, que tú siempre ores a tu Dios,
en el nombre de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para que
seas bendito de Dios día y noche en la tierra y por siempre,
en el paraíso, también. Para que en el día que regreses al
paraíso y al lado de de tu Árbol de vida eterna, entonces te
goces profundamente en tu corazón, por todas las oraciones
que le hiciste al SEÑOR, en el nombre de su Hijo amado, para
bien de tu vida y la de muchos más en toda la tierra.

Es decir, para que entonces cosas grandes y sumamente
gloriosas comiencen a tomar lugar en tu vida a toda hora del
día y hasta que seas liberado de los males del enemigo,
Lucifer, que haya puesto en tu vida para hacerte tropezar y
caer con alguno de sus males (o trampas usuales), por
ejemplo. Y Cristo ha de estar contigo, con su Espíritu y con
sus ángeles, para ayudarte en todo y en cada momento de tu
vida, por amor a las oraciones de las que hayas hecho a tu
Dios, en su nombre sagrado y eternamente milagroso, para tu
corazón y para tu alma eterna, en la tierra y para la
eternidad venidera.

Pues entonces al romper el alba, al mediodía y hasta al caer
la tarde, nuestro Dios espera de ti, que tú levantes tus
oraciones hacia Él, en el nombre sagrado de su unigénito, el
Señor Jesucristo, para que Él mismo comenzar a obrar en tu
vida sobrenaturalmente y de manera sobresaliente y hasta
increíble, también, para muchos en tu derredor. Y esto ha de
ser así en tu vida, que la gente vea la mano de Dios obrando
en tu alma diariamente y hasta que entres de regreso a tu
lugar eterno, en el cielo, como en el paraíso o como en su
nueva ciudad infinita y eterna: La Nueva Jerusalén de Dios y
de su gran rey Mesías, ¡el Cristo!

Es más, esto ha de ser que nuestro Dios mismo, con
maravillas, milagros y hasta prodigios grandiosos, ha de
obrar en todo lo necesario para que seas diariamente
edificado espiritualmente, en tu corazón

 
 
Andreas Lorensen (20-03-2007)
Kommentar
Fra : Andreas Lorensen


Dato : 20-03-07 16:11

IVAN VALAREZO skrev:
> Nuestro Dios siempre se ha comunicado con el hombre, a través
> de la oración. Y sin la oración, Dios no le puede hablar al
> hombre de toda su creación. Vemos en el paraíso, por ejemplo,
> como Adán trata de seguir comunicándose con su Creador, por
> medio de su propia santidad y por su propia verdad, también.
> Porque la verdad fue entonces, de que Adán si era santo y
> verdadero en su vida del paraíso; es más, Adán no conocía el
> pecado aun en su corazón ni en sus labios.

Windows Mail i Vista skulle vist godt kunne bruge dansk stavekontrol. I
hvert fald hvad jeg læser i andre indlæg.

:)

Ivan V. Klattrup (20-03-2007)
Kommentar
Fra : Ivan V. Klattrup


Dato : 20-03-07 16:21

IVAN VALAREZO skrev:

><snip>

er det det man kalder religiøs spam

--
Ivan V. Klattrup
http://klattrup.dk

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